domingo, 10 de agosto de 2014

En los años 1977-80 nuestra familia vivía en Cuba. El primer año en Santiago de Cuba. Tenía mis primeras impresiones muy interesantes. Me gustaba todo: la gente, sus costumbres, la naturaleza... No podíamos tener las relaciones muy amistosas con la gente, porque vivíamos en un distrito un poco lejos de la ciudad.
Yo salía con mi hijito, que tenía 3 meses, a pasear por las calles por la tarde, tratando de volver a casa antes de oscurecer. 
Pero una vez, en el medio de  nuestro paseo, tan inesperadamente el sol se puso detrás de la Sierra Maestra y al mismo momento las calles se convirtieron en las tinieblas enigmáticas.  Ningún farol funcionaba, y yo buscaba el camino en plena tenebrosidad, teniendo miedo de cucarachas.
 Por fin paramos cerca de la entrada. Con la llave en la mano yo buscaba el ojo de la cerradura. Toqué algo suave, peloso, calentico... Un ser vivo abrazó todo el pomo de la puerta. Grité de horror y asco. Salió corriendo mi vecina, con la literna...¡O, Madre mía, era una araña grande, pelosa, de color amarillo oscuro! 
     
No estoy segura, pero me parece esta tarántula, la que yo había sentido con mi mano hace ya 33 años. 




                                          

Natalia, Sofía, Polinka, Yaromir y Liovushka,  este pequeño relato escribo para vosotros, en español. Tenéis que aprender este idioma; vuestro abuelito Gregorio lo  hablaba perfectamente. Y vuestro abuelito Paco habla magnífico este idioma, porque es suyo.

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